8 by Francisco Palacios

8 by Francisco Palacios

autor:Francisco Palacios [Palacios, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2015-12-09T23:00:00+00:00


Amor Artificial

Nota del autor: “ CULPA: La vida tiene la conciencia sucia. Es la culpable de que vayas a morir”.

La culpa es una losa que llevamos sobre los hombros. La culpa no permite que pensemos con claridad, no deja que descansemos en paz. Es como un moscardón rondado nuestros oídos, espantando el sueño. La culpa puede llevarnos a la locura. Pero siempre quedan dos salidas: o enderezamos lo que hemos estropeado… o escapamos de ella abrazando el huesudo cuerpo de la MUERTE.

El aroma del pollo asado invade mis fosas nasales. La saliva impregna mi lengua con su viscosidad. Cojo el cuchillo y el tenedor y ataco al animal inerte tendido sobre la bandeja. La carne tierna cede bajo la presión de la hoja afilada. Me aparto un muslo en mi plato y vierto un poco de salsa sobre él.

Llevo el tenedor a mi boca y mis papilas gustativas despiertan en una orgía de sabores.

Elevo la vista y la veo expectante, a la espera de mi reacción.

«Está delicioso», afirmo con los mofletes hinchados por el alimento. Ella sonríe.

¡Bip!

¡Bip bip!

Otra vez el pitido incordiante. «System On

Checking

…

All Ok

6.30 hours IE (In Earth)»

Las palabras doradas se desdibujan de mis retinas. Tras un breve lapso de oscuridad, una pared límpida aparece frente a mí. Se halla iluminada por la luz plateada de las lámparas empotradas en el techo. Algunas parpadean. Tengo que repararlas.

Salgo de mi cubículo.

Estiro las extremidades superiores y observo el movimiento de mis dedos. Si alguien pudiera verme aseguraría que realizo ejercicios de estiramiento muscular tras muchas horas de inactividad. Nada más lejos de la realidad. Es pura rutina de control. Si algo falla en mi organismo, la prioridad es la auto reparación antes de iniciar mis tareas.

Flexiono las rodillas. Una de ellas emite un leve crujido.

Enfilo el pasillo, de un blanco inmaculado, hacia el taller de mecánica.

Mis pasos resuenan en el vacío absoluto: el eco recorre galerías solitarias, salas desiertas… domina mi pequeño e inerte mundo.

La puerta de la sala se eleva al detectar mi presencia. Encuentro en su interior una mesa de trabajo situada en el centro y varias máquinas equilibradoras, reparadoras, y de corte, entre otras muchas, que se alinean a lo largo de las paredes.

Cojo una caja de herramientas, tomo asiento en un banco y aflojo la rodilla que chasquea. La separo de mi organismo, provocando una llamada de atención de mi programación: me alerta de la imposibilidad de deambular con normalidad en ese estado. Echo un vistazo a la pieza. Una sensación de alivio recorre mi cuerpo artificial cuando compruebo que solo está un poco reseca. De haberse partido, tendría que sustituirla por otra, y no es que me sobren materiales precisamente. Le unto un poco de líquido engrasador y la ajusto de nuevo en su lugar. Flexiono la pierna. Ya no suena.

Con la caja de herramientas en una mano, regreso al pasillo cuyas luces parpadean. Elevo mis piernas hasta alcanzar la altura adecuada. En un rato, los focos vuelven a despedir una luz fija.

Luego atravieso toda la nave hasta llegar a la cabina de mando, en la parte superior del vehículo.



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